El Poema del Niño y la Mariposa
Mariposa.
Vagarosa.
Rica en tinte y en donaire,
¿qué haces tú de rosa en rosa?,
¿de qué vives en el aire?
Yo, de flores
y de olores
y de espumas de la fuente
y del sol resplandeciente
que me viste de colores,
¿Me regalas
tus dos alas?,
¡son tan lindas! ¡te las pido!
deja que orne mi vestido
con la pompa de tus galas.
Tú, niñito
tan bonito,
tú que tienes tanto traje,
¿por qué quieres un ropaje
que me ha dado Dios bendito?
¿De qué alitas
necesitas
si no vuelas cual yo vuelo?
¿Qué me resta bajo el cielo
si a mí todo me lo quitas?
Días sin cuento
de contento
el Señor a ti me envía;
mas mi vida es solo un día,
no me lo hagas de tormento,
¿te divierte
dar la muerte
a una pobre mariposa?,
¡ay¡ quizás sobre una rosa
me hallarás muy pronto inerte.
Oyó el niño
con cariño
esta queja de amargura,
y una gota de miel pura
le ofreció con dulce guiño.
Ella, ansiosa,
vuela y posa
en su palma sonrosada,
y allí mismo, ya saciada,
y de gozo temblorosa,
expiró la mariposa.
Simón el bobito
Simón el Bobito llamó al pastelero:
«¡A ver los pasteles! ¡los quiero probar!»
Sí, repuso el otro, pero antes yo quiero
ver ese cuartillo con que has de pagar.
Buscó en los bolsillos el buen Simoncito
y dijo: ¡De veras! no tengo ni unito.
A Simón Bobito le gusta el pescado
y quiere volverse también pescador,
y pasa las horas sentado, sentado,
pescando en el balde de mamá Leonor.
Hizo Simoncito un pastel de nieve
y a asar en las brasas hambriento lo echó,
pero el pastelito se deshizo en breve,
y apagó las brasas y nada comió.
Simón vio unos cardos cargando ciruelas
y dijo: ¡Qué bueno! las voy a coger.
Pero peor que agujas y puntas de espuelas
le hicieron brincar y silbar y morder.
Se lavó con negro de embolar zapatos
porque su mamita no le dio jabón,
y cuando cazaban ratones los gatos
espantaba al gato gritando: ¡ratón!
Ordeñando un día la vaca pintada
le apretó la cola en vez del pezón;
y ¡aquí la vaca! le dio tal patada
que comió un trompito bailó con Simón.
Y cayó montado sobre la ternera
y doña ternera se enojó también,
y ahí va otro brinco y otra pateadera
u dos revolcadas en un santiamén.
Se montó en un burro que halló en el mercado
y a cazar venados alegre partió,
voló por las calles sin ver un venado,
rodó por las piedras y el asno se huyó.
A comprar un lomo lo envió taita Lucio,
y él lo trajo a casa con gran precaución
colgado del rabo de un caballo rucio
para que llegase limpio y sabrosón.
Empezando a apenas a cuajarse el hielo
Simón el Bobito se fue a patinar,
cuando de repente se el rompre el suelo
y grita :¡Me ahogo! ¡vénganme a sacar!
Trepándose a un árbol a robarse un nido,
la pobre casita de un mirlo cantor…
desgájase el árbol, Simón da un chillido,
y cayó en un pozo de pésimo olor.
Ve un pato, le apunta, descarga el trabuco;
y volviendose a casa le dijo al papá:
Taita, yo no puedo matar pajaruco
porque cuando tiro se espanta y se va.
Viendo una salsera llena de mostaza,
se tomó un buen trago creyéndola miel,
y estuvo rabiando y echando babaza
con tamaña lengua y ojos de clavel.
Vio un monton de tierra que estorbaba el paso,
y unos preguntaban: ¿Qué haremos aquí?
¡Bobos! dijo el niño resolviendo el caso;
que abran un grande hoyo y la echen allí.
Lo enviaron por agua, y él fué volandito
llevando el cedazo para echarla en él:
Así que la traiga el buen Simoncito
seguirá su historia pintoreca y fiel.
La pobre viejecita
Érase una viejecita
Sin nadita que comer
Sino carnes, frutas, dulces,
Tortas, huevos, pan y pez
Bebía caldo, chocolate,
Leche, vino, té y café,
Y la pobre no encontraba
Qué comer ni qué beber.
Y esta vieja no tenía
Ni un ranchito en que vivir
Fuera de una casa grande
Con su huerta y su jardín
Nadie, nadie la cuidaba
Sino Andrés y Juan Gil
Y ocho criados y dos pajes
De librea y corbatín
Nunca tuvo en qué sentarse
Sino sillas y sofás
Con banquitos y cojines
Y resorte al espaldar
Ni otra cama que una grande
Más dorada que un altar,
Con colchón de blanda pluma,
Mucha seda y mucho olán.
Y esta pobre viejecita
Cada año, hasta su fin,
Tuvo un año más de vieja
Y uno menos que vivir
Y al mirarse en el espejo
La espantaba siempre allí
Otra vieja de antiparras,
Papalina y peluquín.
Y esta pobre viejecita
No tenía que vestir
Sino trajes de mil cortes
Y de telas mil y mil.
Y a no ser por sus zapatos,
Chanclas, botas y escarpín,
Descalcita por el suelo
Anduviera la infeliz
Apetito nunca tuvo
Acabando de comer,
Ni gozó salud completa
Cuando no se hallaba bien
Se murió del mal de arrugas,
Ya encorvada como un tres,
Y jamás volvió a quejarse
Ni de hambre ni de sed.
Y esta pobre viejecita
Al morir no dejó más
Que onzas, joyas, tierras, casas,
Ocho gatos y un turpial
Duerma en paz, y Dios permita
Que logremos disfrutar
Las pobrezas de esa pobre
Y morir del mismo mal.
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